Un papado histórico sin retorno al origen
Desde su elección en marzo de 2013, el Papa Francisco, nacido como Jorge Bergoglio, ha recorrido el mundo como líder de la Iglesia católica. Ha visitado países como Brasil, México, Chile, Cuba, Ecuador y Perú. Pero jamás regresó a Argentina, su país natal, en los 12 años que duró su papado. La pregunta que muchos se hacen es: ¿por qué?
La respuesta revela una relación compleja, llena de tensiones sociales, políticas y personales, con un país que lo vio partir como arzobispo de Buenos Aires sin imaginar que jamás volvería a pisar su suelo.
De Buenos Aires al Vaticano: una despedida sin retorno
Cuando partió rumbo al Vaticano en 2013, Jorge Bergoglio tenía 76 años. Había comenzado a organizar su retiro en el barrio de Flores. Para muchos, no era el candidato favorito para suceder a Benedicto XVI. Sin embargo, el mundo se sorprendió cuando fue elegido como el primer Papa latinoamericano.
Pese a su nueva posición, Francisco nunca perdió el vínculo con Argentina. Mantuvo correspondencia con cientos de compatriotas, opinó sobre el fútbol, el tango y seguía con detalle la política y cultura local. Pero a pesar de ese lazo, su ausencia física fue notoria, y con el paso del tiempo, cada vez más cuestionada.
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El dolor de una patria que se sintió olvidada
Muchos argentinos vivieron con orgullo su nombramiento. Pero con los años, ese orgullo se convirtió en decepción. Una encuesta del Pew Research Center reveló que la imagen positiva del Papa en Argentina cayó del 91% en 2013 al 64% en 2024. Las opiniones negativas, por su parte, crecieron de un 3% a un 30%.
A diferencia de figuras nacionales como Diego Maradona, Lionel Messi o la reina Máxima de Países Bajos, Francisco fue el único ícono argentino internacional que nunca regresó a casa. Para algunos, eso fue un desaire difícil de perdonar, especialmente en tiempos de crisis como la reciente inflación del 300% y el aumento de la pobreza infantil.
La política y la grieta: un viaje que nunca fue
Uno de los motivos más citados para explicar esta ausencia es la famosa «grieta» argentina: la división política entre peronistas y antiperonistas, que se ha agudizado en las últimas décadas. Francisco expresó que solo regresaría a Argentina si su visita ayudaba a sanar esa fractura social.
“No quiero que mi visita sea usada con fines políticos”, decía. Sin embargo, en redes sociales lo tildaban de “Francisco K” por su presunta cercanía con el kirchnerismo. Incluso el actual presidente Javier Milei, antes de asumir, lo llamó “representación del maligno en la Tierra”, aunque luego se disculpó.
El Papa negó en múltiples ocasiones ser peronista. “Nunca estuve afiliado ni fui simpatizante”, declaró. Aun así, la sospecha de favoritismo político dañó su imagen entre amplios sectores de la población.
El peso del pasado y las heridas no cerradas
A la controversia política se suma su papel durante la dictadura militar (1976–1983). Aunque fue criticado por su supuesta inacción frente a la represión, con el tiempo salieron a la luz testimonios de personas a las que ayudó a escapar del país. Libros como «Salvados por Francisco» intentaron limpiar su imagen, pero la sombra del pasado nunca se desvaneció del todo.
Un legado de contrastes
Francisco deja un legado global como defensor de la paz, el medio ambiente, los pobres y el diálogo interreligioso. Pero en su país, ese legado queda marcado por una ausencia que dolió más que mil palabras.
Para muchos argentinos, su papado fue una oportunidad perdida de reconciliación nacional. Para otros, fue una señal de que, a veces, los lazos con la patria pueden doler más que los que se tienen con el mundo.
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